Argumento
He venido al mundo para dar testimonio de la Verdad, respondió Jesús. ¿Y qué es la Verdad?, preguntó Pilatos. No es Dios, el modo de producción, el nihilismo y la genialidad sino la verdad lo que separa a Jesús, Marx, Nietzsche y Schopenhauer de Pilatos, Montaigne, Pirrón y Sexto. ¿O crees que si sustituyéramos a Medea por Herodes y a Jasón por los Magos, la belleza y el fondo animal serían distintos? Puedes comprobarlo por ti mismo. Imagina que hubiera tantas versiones de la matanza de los Inocentes como del mito de Medea, y que, en uno de los evangelios, Herodes en vez de matar a los niños ordenara educarlos para que pensaran, hablaran y actuaran como el Mesías anunciado por los profetas. ¿Hubieran sido los coros, los recitativos y los episodios muy distintos? El envoltorio, la forma, quizá, nadie puede sustituir a Eurípides, pero el fondo animal: envidia, amor, celos, odio, codicia….siempre será el mismo, principio de Aquiles, ¿recuerdas?
Prólogo
Herodes: Soy Herodes, rey de Judea, por la voluntad de Dios y de César. Escúchame Señor, te lo suplico. Sé que estás aquí, junto a mí, noto tu presencia, puedo sentirte en la brisa del mar y la calma del desierto. Haz que la paloma, que trae noticias de los Magos, cruce sana y salva el cielo de Judea. Esa será la señal de que tu voluntad y la mía son una y la misma. ¡Necios! ¿Acaso creían que podían engañarme? Si deambularan por las estancias vacías de este palacio, sabrían que mi ambición es más fuerte que estas paredes. Unos aman la libertad, otros los placeres, otros incluso la sabiduría, yo amo el poder, por él he sacrificado el amor, la amistad y los hijos. Bella tumba ha sido este palacio, para los que han intentado arrebatarme la diadema. Y, así será, hasta el día fijado por el Destino, porque, no estaría maquinando mi venganza, si el fin de mi vida estuviera próximo. ¡Suerte tienen los judíos de no ser romanos y yo emperador de Roma!
Coro:
¿Cuándo comprenderán
que nacer y morir son hechos,
y los deseos sólo palabras?
La ignorancia, como la muerte,
es ciega, sorda y muda
porque si los deseos
aliviaran el sufrimiento,
los afortunados serían siempre felices.
Pero los malvados son el ejemplo
de que, en la vida, gobierna el azar,
lo llamen fortuna, providencia o destino.
No deberían, sin embargo, menospreciar su fuerza
porque los males que causan los deseos
son más devastadores y destructivos
que las epidemias y los terremotos.
En la carrera hacia la muerte
la naturaleza va siempre a la zaga.
Más humanos perecen por la ambición y la codicia
que por la vejez y las enfermedades.
Corifeo: ¿Quién le comunicará la noticia? ¿Quién cruzará con el cuerpo sin vida las puertas del palacio? La ira de los tiranos es temible, cuando no oyen lo que desean. ¡Cómo si el destino estuviera en sus manos, y no ellos en manos del destino!
Herodes: Alejaos malditas, si en vida nada pudisteis contra mí ¿qué pueden hacer unas sombras? Maté a mis hijos, lo confieso. Pero no soy parricida ni impío. Si Dios me eligió, ¿cómo podría serlo? El poder es más fuerte que los sentimientos. ¿O no mató Caín a Abel por la diadema y el cetro? El poder bien vale unos muertos.
Coro:
¿Por qué Dios no ha tintado
de diferente color la piel
de los buenos y de los malos?
¿Por qué no los ha separado
con un muro infranqueable?
Si el equilibrio
fuera la esencia de la vida,
el bien seguiría al mal
como el día a la noche,
el dolor al placer,
y la saciedad al hambre.
¡Ojalá fuera la razón, no el azar,
el arjé de todas las cosas!
Corifeo: Si la muerte no rondara por las salas del palacio, yo mismo le entregaría al culpable cubierto de cadenas. Pero temo que tan poca sangre no sacie su sed de venganza, pagando inocentes y culpables idéntica pena.
Herodes: ¿Por qué dejó que revoloteara por las almenas del palacio? ¿Por qué no cubrió el cielo con una tupida red de flechas? Juro por Dios que su alma volará más alto, que el águila que segó la vida de la paloma.
Corifeo: ¿Acaso creía que Dios miraría para otro lado?, ¿qué ignoraría tanta sangre y tantos muertos? Si no fuera esclavo de sus deseos, comprendería que es voluntad de Dios que otro tirano ciña la diadema. ¿O creía qué él era el águila y la paloma Judea?
Herodes: ¡Prendedle! ¡Traedle cubierto de cadenas! ¡Quiero que su cuerpo penda de la torre más alta! ¡Que sus entrañas revoloteen por el cielo de Judea! ¡Que sus huesos alimenten a las aves carroñeras!
Coro:
No sé si la conciencia es un don
o un castigo,
si la fe genera a la razón
más preguntas que respuestas,
si existe Dios
o llamamos Dios a la naturaleza.
Tampoco sé si cuida
o no de los hombres,
si la providencia y el azar
son distintas maneras
de ocultar la ignorancia,
si el bien y el mal
son algo más que palabras.
Pero sé que si el bien procediera de Dios
y el mal de la naturaleza humana
los malvados sufrirían
y los buenos morirían felices,
que si Dios nos hubiera creado
a su imagen y semejanza
la virtud sería innata
y el vicio de difícil acceso,
que si Dios fuera bueno,
justo y todopoderoso
no existiría el dolor,
la enfermedad y la muerte.
¡Ojalá fuera la razón no la fe
el fiel de la balanza!
Herodes: Las sombras de los muertos deambulan cabizbajas por el palacio. ¡Malditas! ¿Cuándo dejarán de perseguirme?¿Acaso creen que la sangre les devolverá la vida? Pero hoy tendrán lo que desean. Necesito saber si el niño, adorado por los Magos, me arrebatará la diadema.
Coro:
Ignorancia o sabiduría,
¿acaso importa
si sabios o ignorantes
todos moriremos?
Y, aunque supiéramos,
¿de qué serviría
si la sabiduría es ignorancia
y la ignorancia sabiduría?
Y si crees que los sabios
son felices,
y los ignorantes desgraciados,
te equivocas.
Ni la ignorancia
es el peor de los males,
ni la sabiduría tan bella
como la vida.
Vive cada minuto
como si fuera el último.
Vive sin esperar nada
ni el paraíso
ni la vida eterna.
Vive siendo tu mismo.
La felicidad depende
de la manera de ser
¿o crees que somos felices
de la misma manera?
El único bien es la libertad,
la única verdad la conciencia,
Dios, la revolución y la justicia,
imaginaciones nuestras.
Herodes: Ahí vienen, apenas distingo sus rostros. Bebed, malditas, bebed hasta saciaros, si el vino hace feliz a los vivos, la sangre hará feliz a los muertos.
Sombras: ¿Quién eres? ¿Por qué nos despiertas? Ni la muerte es el peor de los males, ni la vida tan bella como parece.
Herodes: Bebed, empapad el alma, recordar los momentos felices aliviará el peso de la muerte.
Corifeo: ¡Ojalá la vida fuera un sueño vivido sin deseos ni pasiones! ¡Ojalá bastara con decir quiero para conseguir lo deseado! ¡Ojalá estuviera en nuestro poder olvidar las adversidades!
Herodes: Vivid, gozad aunque sean sólo unos instantes. ¡Qué no harían los hombres por arrancar unas migajas de vida a la muerte! Preferiría ser esclavo de un porquero a reinar entre los muertos.
Sombras: Los que ansían la vida eterna no saben lo que dicen. Nadie, en su sano juicio, desearía recuperar la conciencia después de muerto. ¡Volver a vivir! Sólo una mente enferma podría imaginar tan retorcido castigo.
Corifeo: ¿Cuándo dejarán de anhelar sueños imposibles? ¿Cuándo amarán la vida sin adornos ni engaños? ¿Es que no oyen a la naturaleza gritar: Los muertos muertos están y los vivos vivos? La muerte es para los vivos un camino sin retorno.
Coro:
¡Ojalá la vida y la muerte fueran
como la sed y el hambre,
el sueño y la vigilia,
el día y la noche!
¡Ojalá la muerte fuera un tránsito
no un sueño eterno!
¡Ojalá la muerte no interrumpiera
el ciclo de la vida!
¡Ojalá bastara con la fe
para alcanzar la vida eterna!
Porque, ¿de qué sirve vivir
si la conciencia no camina en círculo
sino en línea recta?
¡Ojalá la vida fuera
tan poderosa como la muerte!
Herodes: ¡Es ella! Ahora puedo verla. Bebe, amada mía, sacia tu sed de vida.
Esposa: ¡Ah! Eres tú. ¿A qué has venido? Vete, aléjate. ¿Es que no tuviste bastante con arrebatarnos la vida? No es voluntad de Dios que los seres humanos mueran dos veces.
Herodes: Acércate amada mía. Sabes que te quiero, que jamás te haría daño. Pero los celos me cegaron. Ojalá no te hubiese querido tanto.
Esposa: ¡Maldito seas! Tarde o temprano pagarás por la muerte de mis hijos.
Herodes: No me culpes. Fui la mano, no el cerebro de esos crímenes. Si no se hubieran odiado tanto, aún estarían a mi lado.
Esposa: Pero eran tus hijos. Ni siquiera entre las bestias la comida y la bebida son más poderosas que la sangre.
Coro:
¿Cómo pudo oír sus lamentos
sin derramar una sola lágrima?
¿Cómo pudo abandonar sus cuerpos
en la fría tierra sin abrazarlos?
¿Cómo pudo la sangre de sus hijos
manchar sus manos sin estremecerse?
¡Ojalá el poder no hubiese cegado sus ojos!
¡Ojalá la pasión no hubiese obnubilado su mente!
¡Ojalá el amor hubiese apaciguado su corazón desbocado!
Si Dios hubiese detenido su impía mano,
como detuvo el cuchillo de Abraham
cuando rozaba el cuello de su hijo,
ni él habría abandonado la luz del sol,
ni ellos vagarían por el Hades.
Herodes: Habla, te lo suplico, antes de que la sangre pierda sus efectos proféticos.
Esposa: Pagarás con mi silencio la muerte de mis hijos.
Herodes: Habla, ¡maldita!, necesito saber cual de ellos me arrebatará la diadema.
Esposa: De qué te servirá cuando estés muerto.
Herodes: Pero estoy vivo.
Esposa: No lo estarás cuando pierdas la diadema.
Herodes: Vuelve. No te vayas. Sabes que te quiero, que daría cualquier cosa por abrazarte de nuevo.
Esposa: ¿Abrazarme? Ni el mismo Dios podría aunque quisiera. Los muertos no somos nada y el alma sólo palabra. Los deseos imposibles son hijos de la ignorancia.
Herodes: Si crees que voy a cruzarme de brazos, te equivocas. Ocultaré a los niños en el desierto. Y, cuando llegue el día señalado, ese niño morirá en la cruz como el Mesías anunciado por los profetas. Nadie puede esconderse eternamente de sí mismo. Y, aunque lo consiguiera, de nada le serviría. De Roma he aprendido que la libertad se conquista con las armas y, de este pueblo ingrato, que el controla la mente, controla el corazón y las manos. Suerte tiene la especie humana de que Moisés naciera Jerusalén, porque, si hubiera nacido en Roma, yo, Herodes, rey de Judea, reinaría sobre griegos, judíos y romanos. La educación, en manos del poder, es un arma ciega, letal y todopoderosa.