I
Esta noche el actor
recibirá dos premios:
los aplausos del público
y el oro del magistrado.
Pues interpretó el papel
con tanta pasión y vehemencia,
que los espectadores creyeron
ver el carro de Medea
sobrevolando la Acrópolis.
II
El silencio quebró
cuando el alado coro,
ciñendo coronas perfumadas de rosas,
rodeó con sus canto a Cipris,
que, en brazos de los Amores,
se posó en el escenario.
III
El grito de terror,
que sobrecogió el teatro,
se tornó en risas y vítores
cuando el actor aturdido,
creyéndose un amorcillo,
revoloteó por el escenario.
¡Que el dios conductor
te encamine a tu casa!,
clamaron los espectadores.
IV
Cuando Glauce,
ciñendo la corona
y el ajustado peplo,
coqueteaba con el espejo,
las mujeres envidiosas
murmuraron.
Pero, cuando el actor
desnudó sus peludas piernas
y sus gruesos tobillos,
aliviadas, callaron.
V
Gran sensación causó
el cuadro que Zeuxis
depositó a los pies
de la estatua de Dioniso.
Una desconsolada Medea,
tumbada en la cama,
semidesnuda, con una rosa
y un libro de Safo en las manos.
Nunca como ahora el deseo
nos había cubierto así las mientes,
farfullaron los jóvenes
abandonado el teatro.
VI
¡Evohé, evohé!,
coreó el graderío enardecido
por los contorneos de la joven.
Pero, cuando Glauce,
agitando la cabeza y los brazos,
cayó fulminada por el fuego,
la euforia se tornó
lágrimas y llantos.
VII
Nunca en el teatro de Dioniso
se había visto nada parecido,
ni en Olimpia ni en Delfos.
Los hijos de Medea
interpretaron la escena,
con tanto realismo,
que las mujeres,
temiendo por sus vidas,
invadieron el escenario
destrozando el atrezzo.
Antes actuaremos en Ortia
que en las Dionisias,
aseguraron los actores,
jurando que no volverían a pisar
las calles de Atenas.