Rizadas nubes
ocultan el vientre terso del cielo
mugiendo olas en celo
amarillas y profundas.
Es la mar en otoño
un trigal de secano.
Puñados de gotas
arrastradas por el viento
borra con risas
las huellas de la arena.
Entre el cielo y la mar,
en su vértice más próximo,
lejos del parpadeo vigilante de las gaviotas,
el alado deseo abraza sus cuerpos.
El sol descolgándose por el horizonte
abandona la tierra en brazos de la noche
la mar sigilosa
espera envuelta de turbios grises
la ancestral batalla.
Heridas de sangrantes colores
dejan el atardecer
cubierto de flotantes cadáveres.
Mujer:
Mi cuerpo se reblandece
al calor de los huracanes
besa amado mi boca y mis pechos
extrayendo de la fuente de la vida
sus profundidades.
Hombre:
Tiembla mi cuerpo
mis pensamientos en sus puntas
como las noches estrelladas
un baluarte nocturno necesito
para no desecar los mares.
Mujer:
El mar prolonga mis ojos
la noche mi espalda
caminemos por la arena húmeda
despacio sin levantar el polvo
aprisióname con tus muslos
con tu aliento mi boca
túmbate en el regazo de las aguas
soy la mar que espera.
Hombre:
Caminando iré hacia la orilla,
tanteando con los brazos extendidos
y las manos abiertas,
buscando, detrás de las aguas,
los estratos más profundos.
De soplidos de olas
de su calma nocturna
colmaré mi pecho
en árbol de gaviotas
adornaré mi tronco.