Busca Ziryab en Alejandría,
o en los manuscritos de Constantinopla,
la voz muda de un hombre feliz.
Pero no remuevas con el laúd
el poso asentado de mi alma
no quiero escuchar de tus labios
el dolor del amante Aquiles
ante el cadáver de su amado Patroclo
ni la impotencia de Gilgamés
ante la enfermedad de su amigo.
Baila y excita la alegría
narrando los desenfrenos de Dionisio
o los escarceos amorosos
de los dioses del Olimpo.