El sueño de Abderramán

 

La oscuridad perturba el azar
favoreciendo la noche destinos imprevistos.

Por la puerta grande de Damasco,
con los vestidos manchados de sangre
y a la grupa de un sudoroso corcel,
yo, Abderramán, abandoné mis huellas
en las frías arenas del desierto
ocultándome en la ribera del Nilo.

Tembloroso lavé mi rostro y mis manos
viendo en la rota superficie del agua
el hermoso rostro de un alado joven
que rompiendo con su afilada voz la calma
me dijo: «¿Adónde vas infeliz sin mi ayuda?»
«¿Cómo te llamas?», le pregunté confiado.
«Hermes, los griegos; los judíos, Gabriel».
«¿Qué deseas de mí? ¿Quién te envía?».

Encierra este jardín en tus ojos
y cuando arribes al sagrado río
donde el monstruoso pastor Gerión
lavó moribundo sus mortales heridas
hallarás junto al sepulcro un derruido altar
con las piedras ensangrentadas cubiertas de musgo
que las ninfas pastores le erigieron
levanta allí un templo palmeral de piedra
sosteniendo el techo con ramas blancas y rojas.