Apoyado en la balaustrada
la mar invade los peces de mi alma.
Metamorfoseado en roca
siento el balanceo de las olas
a hombros de la marea,
y el vuelo amargo del suicida
salpicando la muralla
de diminutas flores saladas.
La blanca iglesia del Carmen,
prendada de la bahía,
ondula campanarios y cornisas,
arrastrando la corriente
su contorno y su blancura.
El faro, pétrea gaviota,
mece su luminoso plumaje
posado en medio de la bahía.
Las naves fenicias tantean temblorosas
los espinosos bajíos de la Caleta.
El Castillo navega por la mar abierta
avistando la dorada cúpula de la Catedral,
las playas de Santa María, de la Victoria
y las dunas de Cortadura.
La mar, gruesa rama, abraza a Cádiz,
fino tronco de arena y rocas.