La luz dorada de los atardeceres de otoño
camina lentamente hacia el ocaso
inundando la bahía y las Puertas de Tierra
de un profundo silencio azul marino.
Las zancudas grúas de los muelles
curiosean con sus largos cuellos
bebiendo el sol mortecino
en los cristales de las ventanas.
Mientras la noche iza sus sombras
en la Candelaria y la Alameda,
ondea en el cielo del crepúsculo
un jugosos perfil de palmeras.
Sólo los torreones más altos
miradores de la plaza de España y la Torre Tavira
resistirán momentáneamente la marea.
Y cuando el lucero fondee en la Caleta
bandadas de estiradas nubes grises
revolotearán en su jaula nocturna
posándose desesperadas en la Catedral
brillante palomar de azulejos amarillos.