Sale a navegar el vaporcito
dando puntualmente las horas,
sentir cómo rozan las olas
su desgastada quilla,
es el único anhelo
de este viejo marino,
cuando silencioso enfila
las ancestrales aguas de la bahía.
Su llegada al muelle
es como el toque de campana
que inicia la fiesta,
los pasajeros amontonados
atraviesan la pasarela
con las cabezas gachas,
crujiendo con el balanceo
la madera del casco.
Al doblar la punta de San Felipe,
ufano por el oleaje que provoca,
mira de reojo como se balancean
los botes y los corchos de las tanzas.
Ya en medio de la bahía
se siente pequeño y solo,
con la respiración contenida
avanza mirando siempre adelante,
al divisar la escollera del Puerto
jadea con fuerza su pequeña hélice,
parece que, al ver el río,
creyese acercarse a una presa.
Parsimonioso y pletórico,
pasea por el cauce del río
picoteando las mojarras,
sus blancas alas acarician
los muelles lomos del Guadalete,
posándose somnoliento,
en la plaza de las Galeras.