No te alejes de mi mano septiembre.
Tráeme en tus vientos el sabor del otoño,
los océanos, los horizontes que se difuminan,
las calles y la luz de sus farolas,
los mares turbios que acumulan algas y aguamalas
y los árboles de la Alameda.
Nunca olvidaré la sensación suave del proceso
ni la luz tenue de la lluvia ni las calles
que nacen y mueren entre olas.
Nunca me abandonará el ansia de olas
ni el perfil de las casas y las palmeras desde el espigón
ni esas primeras gotas que remueven la tierra de mi cuerpo.
Allí, no muy lejos, en algún lugar,
en los resquicios más profundos del recuerdo
quedarán las playas transparentes, los colores intensos,
el sol nuevo y la luz amarilla,
los cuerpos dormidos, las rocas y las pisadas en la arena húmeda,
la bajamar tranquila y las barcas en el horizonte
que marchan al atardecer por los caminos de occidente.
No te alejes de mi mano septiembre.
Abrázame con tu luz herida
anunciándome la llegada de las lluvias sobre la bahía.
No acompañaré a las olas tempranas
que reptan por la muralla buscando sus grietas
ni se alejarán mis pasos por las callejuelas húmedas
buscando los tonos del atardecer por las bocacalles de la bahía
y los gemidos agrios de las gaviotas que se posan en las rocas
ni sentiré las armonías grises del mar, la lluvia y las farolas.
No acariciarán mis pies la arena
ni colmaré mis manos con redes y corchos.
No soñaré mares oscuros
ni sentiré el mar perderse en el horizonte
No vigilaré las últimas estrellas en las noches
ni el despertar de las luces de los pueblos de la bahía.