La divina noche duerme.
Las estrellas, su cuerpo visible,
tejen seductores sentimientos,
emociones embriagadoras
que fluyen y refluyen como viva marea
diluyendo los contornos.
Embrujado por sus mágicos poderes
la noche intangible, omnipresente, me acoge.
Desgajado, desposeído del ser,
mi ansiedad se calma
con su silencioso lenguaje.
¡El universo! ¡El movimiento infinito
de la materia y mi cuerpo!
Estrellas mis ojos,
garras de fiera mis manos,
tallos exuberantes mi tronco,
raíces profundas mis pensamientos.
Tú y yo, todos los hombres,
los que nos precedieron, los que vendrán,
habitamos en esa corriente
infinita en sus formas,
tu vida, tu muerte, la primavera, el otoño,
los mares, la cara oculta de los astros.
Quiero que mi cuerpo, tierra fértil,
alimente nuevas vidas, fuerza siempre en avance.
Que sobre mi piel broten mares de trigo y amapolas.
Quiero ascender desde las raíces
a los tallos más blandos y caer en otoño.
Quiero ser respirado por vigorosos cuerpos
en cualquier rincón del cosmos.
Quiero ser vendimiado y prensado
por endurecidos pies campesinos,
emborrachando hombres y mujeres
en fiestas fraternales.
Quiero adoptar todas las formas y matices
de la materia en movimiento.
Quiero que de mis pensamientos disfruten
los hombres de hoy y del futuro
y que mi cuerpo sienta el vientre amado, sus pechos,
siendo mi deseo, gozo de mi compañera,
mi cuerpo, cántaro de agua y música.
¡Bebe mujer de mi vientre,
yo beberé en tus pechos!
Una nueva vida se funde entre dos aguas.
¡Dos cuerpos juntos,
la mayor sensación del universo!
Nos envidian las estrellas
e imitan las olas nuestros movimientos.
¡Una mujer! Cuenco perfecto
para cada uno de mis miembros,
torrente abierto que mana,
oasis en el que todos los árboles florecen.
¡El amor! Resumen del universo,
fuerza invicta que engarza la vida
animales y astros.