Mares y océanos

 

Mares y océanos,
aguas que anidáis en otros planetas,
en lejanas estrellas ocultas en el cosmos,
¡qué distintos pensamientos despertáis!

En otoño, grises y potentes,
vitales, oscuros de umbrías y misteriosos
como secretos de ancestrales culturas,
en verano dulces, parsimoniosos.

Los mares lejanos, grises y turquesas,
penetran en mí cuerpo saturándolo de profundos olores
que embargan mi alma de nuevas sensaciones, sentimientos,
temores, alegrías, creencias, sufrimientos, esperanzas.

Cada mañana mis ojos de neófito
reciben el clamor rosa
que anuncia la aparición jubilosa del sol por oriente,
doradas ruedas abren el camino,
volcando hermosos brazos,
canastos de densa luz grisácea.
Siento entonces cómo su piel tersa y plateada
recibe ansiosa los rayos refrescantes,
llenando la luz que balancea sus olas
su seno de estrellas móviles,
las rocas momentáneamente abandonadas
ofrecen su cuerpo desnudo a las rudas manos,
jadean los mariscaores embadurnados de fango,
mineros incansables de vivos tesoros.

Cuando el sol se aleja inalterable por occidente,
ocaso, camino de difuntos, esperanza de un nuevo nacimiento,
una luz intensa, estela de la huida,
descubre el lugar escogido,
el último escalón de un amanecer fugitivo
en un firmamento distante y profundo.

Siento entonces la misma soñolencia dorada del amanecer,
el mar que lentamente negrea sus aguas
vigilado por las tenues luces de los astros lejanos
y las farolas de los pueblos de la bahía
que se balancean por las olas.

Cautivo, mi cuerpo aguarda,
alejándome con el pensamiento
tras las estrellas que huyen,
dibujando traviesos garabatos,
reviviendo el despertar del día en lejanas costas del oeste,
los pies que quiebran la transparencia de la orilla,
la piel que recibe el picor suave del primer sol,
los ojos que sacian la nueva ofrenda,
mi cuerpo cansado, descansa satisfecho,
sumergido en la noche.