CARA A
EL ENCANTADOR DE SERPIENTES
Mirar es gratis, no cuesta dinero.
La vista, como el hambre o el amor, une a los hombres.
Como uno más recorro calles y bares
buscando refugio junto a una barra alrededor de una mesa
o tras el escaparate de cualquier tienda.
A veces miro el cielo, su profundidad, la distancia.
En la oscuridad, reino de la duda, de la indecisión, del miedo,
no hay razón sólo inexistencia, azar.
Los datos de la ciencia sólidamente rellenos de números,
de frases contundentes que planean como piedras
sin apenas tocar la superficie del mar abruman, alejan,
desvían mi mirada hacia la tierra,
recostado en la máxima socrática.
Sorprendido por la ingenua alegoría que decoraba el escaparate:
un robusto brazo erguido con el puño cerrado triturando la vida,
haciéndola añico, esparciéndola en miles de títulos
que unidos por una fina tanza parecían precipitarse
en puntiagudos chorros desde todas las estanterías,
no pude evitar el acoso del dependiente.
“¿Qué desea?”. “Una biografía del hombre”.
Muy amable me mostró “El origen de las especies”
(buena encuadernación, buen precio, además de otro libro de regalo).
Seco le pregunté: “Sección de mitología, por favor”.
Sin esperar la respuesta bajé al sótano
dejando la oferta, su sonrisa enganchada en su cuerpo.
Inmediatamente subí airoso, gesticulando como un feriante
unos versos de la “Teogonía” sobre la Edad de Oro
y, mientras registraba en la calculadora el dinero,
recité, en voz alta, con fondo de Van Eyck,
–su deliciosa “Adoración del cordero místico”-:
“La esencia del hombre hay que buscarla en su orígenes,
en un apacible jardín de mansos árboles,
siempre llenos de fruta rojiza,
con palomas que arrullan los cálidos aires.
En el centro, un hombre y una mujer se acarician
junto a una blanca fuente de agua virgen que sacia el hambre.
Fuera del círculo frutal de la vida
el otoño parece apoderarse de la paleta.
Extensos pedregales, amarillentos de sapos y rocas,
en los que, como un desordenado rebaño,
pacen el dolor y los demás hijos de Pandora
devorados por cientos de anaranjados diablillos
de alas membranosas y escamosos miembros”.
Sin perder su comunicativa sonrisa
me devolvió el cambio:
“Eso no es científico, es un mito”.
De vuelta a casa, sentado en el autobús,
con el libro en la falda,
la mirada ensimismada en el reflejo del cristal de la ventana
rumié ideas: mito y ciencia, Darwin y Hesíodo,
dos filólogos, dos magos de la palabra,
dos intérpretes de la misma realidad.
Dionisio, el dios continuo y vivencial de lúcida alegría
derramó la luz plateada y antigua de su madre
por los blancos frisos y rincones de las plazas de Grecia
plasmando en palabras, en mármoles, en versos,
la esencia de una humanidad desgajada
que se agita perpleja como Hipólito
al escuchar de su padre Teseo las terribles palabras:
vida, muerte, pasiones, instintos, dolor, orgullo, poder.
Cuenta Herodoto una vieja leyenda sobre el destino del hombre
que escuchó de labios de un anciano encantador de serpientes
en las destartalas esquinas de una radiante ciudad de oriente:
“La humanidad, raza de serpientes,
se extenderá por valles, cimas y profundidades,
tragando a su propia madre.
El cuerpo de su maternal víctima
será el arma que acabará con su propia vida”.
Sólo estos versos, encontrados en una necrópolis junto al mar,
grabados en un sarcófago de madera de un joven ya maduro,
se han salvado del hambre eterna de los gusanos.
Los eruditos rechazan la alusión al encantador de serpientes
como un tópico afirmando que el auténtico autor
sería con seguridad un ser de otra galaxia
dado el preciso conocimiento de un futuro, para él, tan lejano,
y, por ello, en aquellos momentos, desconocido.
Pero los eruditos miran a través de una masa de rocas
ignorando que debajo de los diversos vestidos
que el hombre ha llevado a lo largo de los siglos
siempre ha habido unos brazos, un corazón,
una mirada rebosante de instintos y pasiones.
LA PIETÁ NEOYORQUINA
Si caminas de noche por la manzana del edificio Dakota,
y percibes en tu piel unos pasos nubosos, una brisa, unos rizos,
que agolpan en tu garganta un jardín de interjecciones,
gira tu cabeza embotada, es John Lennon.
El cabello cubierto de globos
trenzados de hermosos paraísos,
dulces ideas de fresa,
gafas de concha de alguna especie extinguida
reclaman la perfección pensada por Pitágoras,
manos abultando los bolsillos,
ojos con largas pestañas
que atrapan pensamientos cocinados en el asfalto,
vivero de chicles, saliva y cornflake.
Sigue sus pasos un ángel del lejano oriente
de blancas alas y física sonrisa de diablo
–por sus venas corre la fuerza del gran Khan
y el amarillo rosa del sol naciente-,
sus manos finas, robadas de un lienzo desconocido de Boticelli,
levitan planeando por el smog de la noche neoyorquina.
Si los has visto pasar, no lo dudes, son ellos:
una pareja de vírgenes articuladas
sostenida por invisibles sentimientos
que una humanidad desorientada pasea
por frías calles buscando una guarida.
Pero aún no ha terminado el espectáculo.
El cielo plomizo de Nueva York, resquebrajado
como una cúpula veneciana de Tiépolo,
alumbra un Zeus Parthenos de ondulados cabellos,
envuelto en un blanco lienzo.
Aterriza portando en sus venosas manos
una bocanada de rayos de luminosos colores
que detienen bruscamente su algodonoso Roll Royce
arrastrando, en la caída, un whisky en las rocas
y las colillas que atiborran los ceniceros.
Moderno Paulo que cabalga sobre ruedas doradas
por un reino celeste desierto de profetas.
Contempla la instantánea de Lennon
bajando de su metálico caballo acharolado.
A sus espaldas, el símbolo negro de la paz
desconcierta al azar, ahuyentando al tiempo,
palabras de hierro y pólvora
que cincelan su pecho rosado de turista del norte.
Por breves segundos, la magia del tiempo,
manipulado por algún teenager desde un lujoso apartamento,
hace aparecer en el vacío de la noche,
como en la visión de Nabucodonosor sobre las paredes del templo,
las manos eróticas de Miguel Ángel
esculpiendo en algún punto de la calle 72
una pietá viviente de lacios cabellos y ojo alargados
abrazando el cuerpo soñado atravesado por siete clavos,
John yace muerto, asesinado.
La cámara, en silencio, retrocede lentamente.
Nadie oye la claqueta: ¡escena 3.863! ¡última toma!
Los extras, sonámbulos de neón,
retenidos por cebras de madera blanca y roja,
deslizan sobre la fría superficie sus cuerpos cálidos,
dirigiendo sus mentes y sus bolsillos
hacia las máquinas tragaperras,
buscando la felicidad de los tres limones
y la metálica melodía
que sobrecoge los corazones de los solitarios jugadores.
Nueva York siglo I año 39 después de Hiroshima.
LAS MÁQUINAS
Máquinas,
fruto cualificado de la inteligencia civilizada,
resumen de un camino cada vez más breve,
topográficamente parecido al recorrido por Sísifo,
idéntico castigo.
Todas las posibilidades presentes y futuras
han sido estudiadas, analizadas, comprobadas, codificadas,
reducidas a letras y números,
condensadas en microscópicas impresiones plastificadas.
Los escolares se enorgullecen
de poder representar la realidad visible, difusa e invisible
en una sábana milimétrica.
Sin embargo en todas las prisiones,
aun en las fortalezas más vigiladas,
malviven entre las grietas ratas y pequeños insectos.
El crédulo hombre de la calle
que lleva conectada su mente, sus cinco sentidos
a la voz de mando que le vapulea y adula
hablándole de la libertad, del bien común o de la moral
y cree, con fe primitiva, en toda la información
que recibe expresada con letras, imágenes o voces,
tiene que limitarse a aceptar y obedecer
comprobando las maravillas de una civilización en la cumbre
en cosas vulgares como un semáforo,
«ninguna mano, ningún ojo lo haría mejor« computa nuestra mente
espectadora de la exactitud cronométrica que regula los vehículos.
Pero, cuando llueve en la ciudad, pueblo o aldea
–como viene sucediendo desde hace millones de años-,
y alguna gota húmeda curiosea
por algún rasguño de su complicada circulación,
la máquina perfecta parece alcoholizada,
provocando la cólera del hombre de la calle
que aún no ha cargado sus agotadas pilas
con una de esas visiones sobre las conquistas del ser humano.
Y es que el hombre masa, la mayoría silenciosa,
que Platón llamó artesanos, no comprende
que la perfección pertenece al mundo del lenguaje, de la palabra,
de las ideas, de los proyectos, de los folios en blanco,
de las tertulias en el café sentados alrededor de una mesa
y que la perfección en la vida pierde brillo
como esos burdos adornos de hojalatas bañados en oro.
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De madrugada regresé a casa.
En el rellano, esperando el ascensor,
sentí cómo una pequeña llave
de un mohoso cajetín metálico
podía descorrer las cortinas
del teatro, del vacío en que actuaba.
Esos geométricos papeles satinados
rellenos de letras duras y homogéneas
que ofrecen entre admiraciones e interrogantes
la última oportunidad de alcanzar
la felicidad con poco dinero:
una casita o un pequeño electrodoméstico rebajado
que me haría ganar el tiempo
que necesito para alcanzar algo
que navega a la deriva de mi subconsciente,
una colonia, un jabón que sensibiliza monotonías,
vehículos que me conducirán al mundo maravilloso
que ni con tus sueños ni con tus deseos
has conseguido alcanzar.
Son cartas anónimas dirigidas a la soledad,
sentimientos bloqueados, encerrados en un hueco sin salida.
En un subterráneo cualquier cloaca es luz.
Mecánicamente removí ese montón de basura,
apartando esas hojas endurecidas
cubiertas de vivos colores,
con la esperanza puesta en esa letra,
grabada en tu memoria,
que te acelera el corazón
e intensifica los segundos.
Relajado después de la tensión,
breve, pero intensamente contenida,
con esa ingrávida sensación
que se siente después de hacer el amor,
pulsé el botón del quinto piso.
CAMINANDO POR EL FINO HIELO
En Manhattan, a pocos metros del Central Park,
corazón de la confusión,
la sangre de John Lennon salpicó nuestros pensamientos
inmersos en la rutina de las horas.
Camina muchacho, camina,
déjate guiar por tus sentimientos,
guarda en la memoria la suave caída
en aquella fría tarde de diciembre,
atraviesa la fina capa de hielo,
maúlla Yoko aterida en un rincón de su apartamento.
Apoyado en una mesa,
con los ojos clavados en la hora exacta
en la que todos los cajones se cierran,
y las llaves giran jubilosas en las cerraduras
y neciamente sonreímos al vecino: “¡hasta mañana!”
repitiendo la letanía: el trabajo engrandece al hombre,
no hay duda la muerte de John
ha sido una muerte humana, sin sentido.
Camina muchacho, camina,
déjate guiar por tus sentimientos,
guarda en la memoria la estéril caída,
píntate el signo de la muerte en la mejilla
y atraviesa la fina capa de hielo.
No es la muerte sino tu muerte
lo que hace tambalear mis pensamientos,
los sentimientos hace tiempo que están anegados,
cualquier ruido es sospechoso, incluso el silencio,
no hay donde elegir ni mucho tiempo,
no quiero que nada ni nadie me sorprenda,
quiero una muerte humana, un asesinato,
yo seré mi propio asesino.
Camina muchacho, camina,
no detengas tu incierta marcha,
golpea la fina capa de hielo,
quizás encuentres el asfalto
o un oscuro espacio negro.
Camina muchacho, camina
sobre la capa de fino hielo.
EL JARDÍN
Todas las tarde al volver del trabajo como un peregrino
busco refugio ante una verja que encierra un hermoso jardín.
Su belleza no puede ser narrada sin gestos ni olores.
Las palabras, enamorados impotentes, fracasan
abrazando en vano una realidad oceánica:
rosas blancas, tersas, nacaradas
penden ligeramente de espinosas y oscuras ramas,
espesas nubes que amenazan con su colorida lluvia,
claveles, conejitos y plantas aromáticas
componen una sensual melodía
que esparce como un dulce sueño.
Aturdido, prisionero voluntario de sus cantos,
dejo vagar, como una eficiente abeja, mi mirada,
y mis pensamientos remontan el vuelo
prendidos en el ala de los gorrioncillos.
Hoy, la tristeza, como un ave carroñera,
volvió a posarse sobre mis pensamientos,
destrozando, con sus burdas garras, mis ilusiones,
renaciendo en mi paladar su nauseabundo amargor.
Mis ojos se aferraban a las piedras puntiagudas
y a los ladrillos cobrizos que antes no había percibido,
la destrucción tan inútil como profunda
delataba con claridad la mano humana.
Giré la cabeza de un lado para otro
en un desesperado intento de hallar alguna explicación.
La respuesta emergió con fuerza desde la esquina.
Una pandilla de niños agitaban sus brazos
desparramando los pétalos que caían sobre la grava,
vacías las manos cogieron palos y piedras
arrinconando contra el muro
un chucho canela que los miraba sumiso
con el rabo entre las patas,
me alejé mudo, vacío, sin fuerzas.
Mi conciencia hermafrodita
como esos deiformes monstruos
que se agitan en los frisos de Pérgamo
exhibía victoriosa mi cuerpo derrotado.
Sólo las imágenes del televisor parecían abrazarme
levantando a mi alrededor necias murallas.
CALEIDOSCOPIO
La sociedad es un caleidoscopio
que millones de ojos manipulan:
unos huelen pétalos donde otros acarician nubes
o cortan tallos donde otros mastican raíces.
Todo puede verse en el gelatinoso diseño
móvil y escurridizo.
Los ojos como ese pececillo
que esconde su cuerpo bajo las rocas
atrapa las verdades como aquél sus presas,
a pequeños mordiscos.
La razón, hija de Medea,
hincha, estira, obnubila
metamorfoseando la claridad del acuario
en tenebrosa cueva de minotauro.
Galileo impotente asintió:
“Ahora veo lo que dicen que debo ver”.
Si cuando exclaman ¡mira un pájaro!
sientes el frescor de su vuelo ¡aleluya!
Pero si el azar te abandona
mientras admiras un luminoso contraluz de ramas y hojas
te pasearán subido a un burro
arañando con cañas tus espaldas penitentes.
No te quejes ni lamentes tu edípico destino
todo es azar aunque lo llamen fin previsto.
No hay mejor juez que tu conciencia
no encontrarás otra guía en esta culta barbarie.
“Tu conciencia es la nuestra”,
vociferan los pastores a las ovejas.
Gira la cabeza pero no olvides
que todo brota de un caleidoscopio.
SELECCIÓN NATURAL
La fuerza física
es el fiel de la balanza en cualquier relación.
Ante la presencia del otro, tu oponente,
la tensión agudiza tus sentidos,
analizando con exacta precisión
los movimientos de cada uno de sus miembros.
El temor ante lo desconocido
afina tu cuerpo, tus palabras, el tono de voz.
Ante la fuerza las palabras se doblegan
perdiendo su fuerza hipnótica.
El lenguaje, único e inseparable amigo,
acompaña la soledad en ese camino,
monólogo temporal y mental,
que es la vida del hombre.
No existen compuertas ni pasadizos inexplorados
que permitan el diálogo.
Dos personas una frente a otra
se miden con la mirada,
la fuerza es el molde,
los que la poseen son respetados,
los que disfrazan su menor potencia
con el espejismo de las palabras
consiguen también el respeto de los demás,
pero aquéllos que sólo poseen la lengua
convierten el temor y el recelo
en sus más íntimos compañeros.
E.T.
Si un ser de otra galaxia extraviado por el universo
tropezara con este pequeño planeta llamado Tierra,
y con su nave se acercara a pocos kilómetros de la superficie,
sus sentidos se llevarían una agradable sorpresa.
Pero a poco que aterrizara y pusiera sus pies en él
sus pensamientos neutralizarían aquella primera sensación.
En su pantalla de bitácora quedarían recogidas
en un sencillo montaje audiovisual estas palabras:
Pequeño planeta habitado,
en él conviven diversas formas de vida
aunque una domina sobre las demás:
un ser bípedo, físicamente débil, gregario.
Una confusa red de relaciones regula sus vidas.
Un fino tejido de hábitos aprendidos
sitúan férreamente a cada uno en un determinado lugar.
Unidos para poder sobrevivir
convierten la violencia y la dominación
en razón última de todos sus actos.
Emiten un agradable sonido llamado lenguaje
que utilizan eficazmente para justificar toda la barbarie:
guerras, destrucción, opresión, tortura.
En abierta contradicción con la imagen visual
creen que el tiempo avanza linealmente
y no en círculo como su práctica demuestra.
Las ideas son elementos importantes en sus vidas
si bien no siempre y para todos significan lo mismo.
Lo único bello que sale de sus manos es el arte,
aunque tal actividad ocupa a tan pocos y tan poco tiempo,
y es igualmente utilizado como arma de poder,
que no altera el análisis negativo.
INSTANTÁNEA DE UNA MUERTE EN EL ASFALTO
Hallarás la muerte en el asfalto
a cualquier hora de cualquier día
apoyando tus facciones desencajadas
sobre colillas, latas y palomitas.
¡BANG!
Giro de cabeza.
¡BANG!
Contracción de cejas, abdomen y brazos.
¡BANG!
De bruces contra el suelo
piernas dobladas.
¡BANG!
Los adoquines canalizan la sangre vertida
hacia los husillos taponados
enfangando la acera
las mangueras de los bomberos
los cepillos de las máquinas municipales
te dirán el último adiós
maldiciendo las manchas.
LA BOMBA CIVILIZADA
Joven que te pintas los cabellos,
pasas la jornada laboral en la calle
abrigado entre muros y esquinas,
duermes en las discotecas
sirviéndote bocadillos de tabaco y alcohol
anudando en el aire aros de marihuana,
baja el volumen de los amplificadores,
sacúdete el incienso de los oídos
y escucha el zumbido paralizante
de las mil alas de Lucifer.
¿Cuál es el nombre de la banda?
Respondes desde la barra amordazado
con la cabeza colgando de los hombros.
El video transmite las imágenes:
6 de agosto de 1945, 8´15 de la mañana
Enola Gay sobrevuela las azoteas de Hiroshima.
El solista con sus pantalones apretados
blande el micro gritando:
“Anímate muchacho aprovecha la noche,
puede que sea tu última noche«.
Mira la pantalla, escucha la profecía.
Ésta será la imagen lunar del planeta
en la noche de fin del siglo XX:
un calcinado museo al aire libre
entre alambradas de espinos,
cascotes y hojas chamuscadas.
Podrás entrever como un largo sueño
sombras humanas
estériles e inmóviles sin rasgos individuales,
expresión exacta de una humanidad
que rueda con estrépito hacia el precipicio.
No apartes la mirada de la pantalla,
embarca en el Enola Gay en su viaje al infierno:
una columna rosácea de fuego y humo
anillada por círculos nubosos.
Tu pueblo, ése que guarda
tu infancia entre los adoquines de las calles
y los ladrillos de las casas,
y que tú, a veces, recuperas
como un regusto amargo de borrachera,
a su paso ¿reconocerás sus cimientos?,
una honda boca, un volcán de arenas grises,
un valle estrecho hacinado de sombras.
Escucha, no te dejes engatusar
por el ruido insensible al dolor de tu tocadiscos.
Aumenta el volumen si es tu deseo,
pero nada impedirá que oigas
con mortífera nitidez
el zumbido de sus motores,
el silbante siseo de una serpiente metálica
surcando celestial cielos solitarios,
sus fauces abiertas escupen chorros de fuego,
frenética danza de siluetas y casas
elevadas en un amasijo homogéneo
a cientos de kilómetros de la pista
volatilizados en un puro ritmo
en una muda nota que asciende a los cielos.
El calor, tempestad de fuego,
como la mano de un ogro de cuentos
amasa todos los materiales:
cemento, hierro y carne.
El monstruo aéreo huye,
devolviendo, sobre las ruinas y los cadáveres,
el alimento indigesto,
imágenes sin voz que elevan el silencio
apagando los corazones.
CARA B
UN DÍA DE VERANO
Una soleada mañana de domingo
con dinero en el bolsillo
cogí el bañador y me largué a la playa.
Por las calles de asfalto, negruzco y cálido,
un gran gentío como una ingente gota de sudor
bajaba por las aceras arrastrando enormes neveras
y chillones transistores que nadie escuchaba.
Hombre-porquería
vive en el reino de las ratas,
el planeta de los desperdicios.
En la heladería compré un apolo
tirando la envoltura en la arena.
Sentado con los pies colgados de la balaustrada
chupaba la nata mirando la gente que pasaba:
unos escupían chicle que se adhería al suelo pegajoso,
otros bolsas de patatas, colillas encendidas
que los despistados apagaban con los pies descalzos,
niños de mejillas sonrosadas y dientes negros
dejaban a su paso un reguero de gotas rosas.
Hombre-robot que todo lo tragas,
rey de los desperdicios,
emperador de las ratas.
En la playa los torsos desnudos y los muslos al sol
humedecían la arena con la grasa de las cremas,
botellines de cerveza y latas de coca-cola
caían en cascada de bidones rebosantes.
“Por favor no tiren al suelo las botellas,
utilicen las papelera, va en beneficio de todos”.
Las olas que parecían salir de una discoteca
después de toda una noche de juerga
vomitaban sobre la arena espuma verde y costras negras.
Tumbado, el vaivén del sol adormeció mis párpados.
Hombres con escafandras volaban a pocos metros del suelo
cubierto de espesa y mal oliente capa de basura.
Todos empuñaban metálicos arpones
gritando: ¡ratas! ¡ratas!
El suelo de ese gris planeta parecía movedizo,
una densa alfombra de pelos y largos bigotes avanzaba,
los hombres desde el aire mostraban sus trofeos.
Desperté con un fuerte dolor de cabeza
oliendo a vino tinto y tortilla de patata,
me incorporé mareado con los pies cubiertos
de pepitas de sandía, huesos y pan duro.
En casa delante del televisor
me sentía cansado pero a salvo.
Un heroico vaquero, con las manos ensangrentadas,
dejaba caer el cuchillo y la cabellera cortada,
apareciendo en el horizonte los uniformes, el polvo
y la corneta del séptimo de caballería.
LA SANGUIJUELA
«La figura más perfecta es el círculo«,
afirmaron grandes pensadores en la antigüedad, como Platón y Pitágoras,
iniciadores del camino del orgullo
que tan ambiguos frutos ha cosechado.
Pero como la humanidad no es muy dada a perfecciones
sería más apropiado representarla con forma de triángulo
de ancha base y puntiagudo vértice,
extraña y sanguinaria sanguijuela
que repta sosteniendo su pesado abdomen
con una poderosa ventosa.
Sus movimientos asemejan los de una voraz estrella:
unos siguen el paso, los menos intervienen en él,
la mayoría no llega a tocar la roca que lo sustenta
esperando, ajenos al tímido avance,
que los brazos delanteros agarrados a algún saliente
los arrastre a algún lugar seguro.
Aunque poco tiempo dura el descanso,
de nuevo el tanteo hacia delante continúa,
ignorando la calma que adormece a los demás
que aguardan siempre temerosos el paso siguiente
que no dura segundos sino siglos.
CINE DE SESIÓN CONTINUA
Cansado de andar por la calle
sorteando basura, olores, excrementos,
entré en un cine de sesión continua.
Encasquetado en la butaca miré la pantalla
sobre los muros de las calles de París
anónimos poetas escribían sus pensamientos:
“Lo imposible forma parte de la realidad”.
Las imágenes, como en un juego de espejos,
se reflejaban en mi mente,
lanzando un haz de luz
que arrastrando recuerdos,
sensaciones olvidadas,
experiencias inconscientes
emergieron en escasos segundos.
¿Qué nos inclina a aceptar
que sólo lo real es posible
y que lo imposible es un trastero de sueños
donde dormita Utopía?
Al encenderse las luces
los espectadores como sonámbulos
nos levantamos abandonando la sala.
En la puerta, a la salida del cine,
un joven con un micro en la mano
me contó no sé qué de una encuesta.
¿Cuál es en su opinión la tesis de la película?
Vivimos aspectos de una realidad diversa, inabarcable,
todas las alternativas son lados de la misma figura.
¿Y la actuación de los partidos?
Los partidos son como los jíbaros,
reducen la vida al mínimo,
ofreciendo machaconamente el amuleto
como su verdadera esencia,
oscuros instintos animales
mueven sus acciones contra la libertad
plasmada en manos anónimas, no en siglas,
que abandonaron el barco
cuando mojados los uniformes
las insignias se oxidaron.
¿Te ha gustado? Sí ¿y a ti?
Un poco lenta ¿no? Bah, no ha estado mal.
Siempre al salir oigo las mismas frases.
GRANDES ALMACENES
Golpean los bateadores las esquinas de las casas
desparramando por los alfeizares
las carnes grasientas de los bebés focas
taponando los husillos de las calles
con cerdas y los llantos niños de las madres.
El hombre civilizado cautivo del bienestar
alza el bate golpeando ciegamente
los cuerpos que se arquean moribundos.
“Señor empresario nuestra agencia
le ofrece un anuncio shock
que hará subir sus ventas”.
1er spot:
Frío glaciar en las tornasoladas
colinas de Canadá.
2º spot:
Dulces camadas de focas
ondean sus lomos a un sol rosa
(montaje especial alta técnica).
3er spot:
Una aterciopelada rubia,
embutida en negros brillantes pantalones
con sensual sonrisa,
recoge sus senos en un abrigo
de suave pelo,
mientras una risueña cría
le lame los hombros.
¡¡Millones!! ¡Entren señoras!
“Abrigos naturales shop´s”.
Y si compran dos, le regalamos un vale.
¡Entren! ¡Entren señoras!
Sentirá a su marido
visiblemente atraído por usted
si por las noches, ante el televisor,
calza unas suaves bragas
de piel de hígado de cocodrilo.
Antes de volver a casa
compre, a unos famélicos cadáveres etíopes,
una suculenta cena
para que le abra el apetito.
Por las pantallas de los videos
podrá presenciar en vivo
la consecuencia de la desnutrición
en los cuerpos de color.
No espere al otoño
sea usted su otoño no lo piense más.
“Desfoliador S.A.” garantizado,
experiencias realizadas por U.S.A
en países extranjeros,
en Vietnam miles de árboles y arbustos
perdieron sus hojas en pocas semanas
produciéndose un hecho insólito
el efecto otoñal en primavera.
¡Sorprenda a sus invitados!
No vuelva a casa sin probar su puntería:
políticos, cantantes, niños negros, rubios platinos.
Por cada diana podrá llevarse de regalo:
un muñón, un diente de oro o el reloj,
cualquier objeto de su víctima.
Señores, señoras, combata la vejez.
Dé a su cuerpo todavía joven, agotado por el estrés,
un confortable baño en grasa de ballena del Atlántico.
Decídase, no lo deje para mañana.
Cualquier día al encontrarse con el vecino en el ascensor
envidiará su alegría, su deseo de vivir,
después de haber tonificado su cuerpo
con una crema especial de semen de cachalote.
En el departamento: “Sorpresa, sonría, por favor”,
puede adquirir nubes ácidas
que colocadas sobre el jardín del vecino
o sobre las macetas de su terraza
languidecerán en breves minutos.
Pero devuelva la alegría a su rostro
regalándole el revitalizador instantáneo: “Vitaspeed”.
Y, para finalizar su visita a nuestro gran almacén,
acuda a nuestro departamento de suicidios,
y observe los precios, la oferta sorpresa:
una delgada lona en diferentes tejidos y colores
diseñada especialmente para no amortiguar los golpes.
Señoras y señores gracias por su visita.
UTOPÍA
Cuando mi mente resbala,
la desazón, como un extraño injerto,
se apodera de mi mirada.
Sin oponer resistencia,
sin convicción, pienso en ti, esperanza,
manoseado talismán,
petrificado, manchado de hollín.
Naufrago de una vida que desborda la razón
y abatido por el azar
te busco Utopía,
pompa de jabón que nace en mi mente,
país de gnomos y hadas,
sin leyes ni definiciones generales,
sin conceptos ni letras mayúsculas,
sin nombres ni números,
sólo sueños y deseos
que surgen y se desvanecen,
no hay vida ni muerte
sólo instantes espejismos.
No hallarás en Utopía
nada útil para los hombres
ni moral ni religión
ni el bien ni el mal
sólo notas, sonidos,
melodías sin componer.
Te llamo Utopía,
gota de oxígeno
que mantiene el fuego
que se apagaba.
Tu vigor Utopía
sorprende mis escasas ansias de vida.
EL HOMBRE ANIMAL PARLANTE
El hombre que nace y vive en sociedad
parece uno de esos muñecos que los niños repiten
y luego recortan pegando unos con otros
para formar una larga hilera de figuras.
Ninguna es más auténtica que las otras,
todas son copias.
Pero, ¿hubo alguna vez un modelo?
Ese hombre estrato actúa con soltura,
pocas veces confunde los papeles,
las palabras generalmente coinciden con los gestos
y ello es realmente complicado,
a cada situación corresponde un lenguaje distinto,
una expresión y un modo de ser diferente.
Si alguna vez te preguntas ¿qué hay debajo?
te será fácil llegar a lo que sustenta los adornos:
el hombre es simplemente un animal
y la sociedad su territorio, su ecosistema.
Pero la verdad es demasiado simple y evidente
así el hombre hace y deshace realidades
ocultando su naturaleza con complicados ademanes y profundos tratados.
Y cuando el uso envejece los ropajes,
asoman por los agujeros de los convincentes disfraces,
garras y afilados dientes,
sentándose el instinto, la necesidad y el azar
en su eterno trono.
NUEVA YORK UN MAXISUPERMERCADO
Los periódicos hablan del acontecimiento del siglo.
Pronto ese informe animal que puebla los grises países industriales del norte,
que con gran acierto llaman “la mayoría silenciosa”,
será acorralado y obligado a plantearse un nuevo problema.
Las cabezas pensantes, los prohombres de la patria
con su presencia darán ejemplo,
la masa es fácilmente impresionable.
El acontecimiento es inminente,
pronto dará varias veces la vuelta al planeta
eclipsando todas las nimiedades: muerte, destrucción, hambre, miseria.
La imagen, ese lenguaje de analfabetos,
hablará y convencerá a todos, en todas partes, sin utilizar palabras
exponente de las limitaciones humanas: patria, pueblo, tribu, libertad.
En pocos segundos todos los oídos podrán ver la buena nueva:
La inauguración del maxisupermercado THE HAPPIEST.
En pocos días la imagen impresa en miles de objetos
adornará junto a alguna reproducción de Picasso
las paredes, las cómodas, las estanterías.
Los niños podrán pegar los cromos en un álbum
o en las pastas de los libros del colegio.
Sobre las lunas traseras de los automóviles
sus colores alegrarán la monotonía de una comunicación imposible.
Los famosos, los reyes, los políticos
dejarán sus huellas en algún departamento.
El animal gris, amorfo, fofo, aguijoneado,
buscará en las tabletas de chocolate
o en los bombos de detergente el codiciado premio:
“Sea usted el primer europeo en pisar la octava maravilla”,
quedando la sonrisa del afortunado congelada ante millones de miradas
mientras se eleva el sonido de la cuña publicitaria:
“Señoras….señores….
entren sin moverse de sus casas ni de su butaca preferida
con el feliz fulanito-de-tal en el gran maxisupermercado
THE HAPPIEST de la ciudad de Nueva York,
la ciudad de la libertad, la ciudad símbolo de la libertad.
Ahí, en el gran maxisupermercado THE HAPPIEST,
podrán sentirse protagonistas del futuro.
El maxisupermercado THE HAPPIEST es arte,
expresión estética del hombre de finales del segundo milenio,
un nudo más de ese cordón humano que empezó a tejerse
en el origen del tiempo atravesando estatuas, sarcófagos.
El genio griego nos legó su arte, su teatro,
la Acrópolis, sus divinas esculturas, la belleza.
El pueblo egipcio el reposo de los muertos,
enigmas ocultos bajo tierra.
El cristianismo maravillosas catedrales,
esculturas doloridas, pinturas desencajadas.
El hombre del siglo XX, la América del siglo XX
hace un nuevo nudo en ese cordón que a todos nos une:
el maxisupermercado THE HAPPIEST es América,
es nuestro legado al futuro.
LIBERTAD ES UNA PALABRA DE OCHO LETRAS
Si un día cansado de leer en los libros los pensamientos de los demás,
coges un magnetofón y sales a la calle
decidido a buscar entre los hombre el significado de la libertad,
no te desanimes si las respuestas se limitan a gestos,
frases aprendidas que no responden a la pregunta
y tu cinta virgen queda inmaculada.
Es difícil bordear esa razón anclada en el tiempo
con su cohorte de danzarines: la superioridad, el orgullo, el poder.
Por una vez abandona tus obligaciones
siéntate descalzo con las piernas cruzadas
y escucha esta vieja leyenda
acompañando su monótono ritmo
con el vaivén de tu cuerpo.
Una noche azulada de arena blanca y espumosa
con la llegada de la luna, la oscuridad,
cristal amorfo que separa la tierra del cielo,
engullendo pensamientos que agitados como salvajes potros
caen vertiginosos al vacío,
un joven de cabellos ondulados,
con la cabeza apoyada en el blanco alféizar de una ventana,
contemplando la luna ingrávida sobre el horizonte
y las estrellas más lejanas,
se dijo a sí mismo:
“Antes de que el sol te encarcele, señora,
me internaré en el desierto
y no regresaré hasta encontrarte libertad”.
Sin esperar que el día
liberara a la Tierra de su agónica espera
subió a uno de sus camellos
siguiendo inciertos caminos de arena
teniendo como único guía su corazón.
Pasaron los años y abandonado por la juventud,
el viento –señor de los caminos-,
apenado por la entereza del joven, ya anciano,
que detenía su marcha a cada momento
preguntando a todas las criaturas por la libertad,
una noche de gran calma en el cielo
le susurró estas palabras:
“La libertad es nadie.
Nada es la libertad.
Todas las palabras
florecen en los labios.
Ahí la encontrarás”
Cuentan que una luminosa mañana
el joven volvió a lomos de su camello
liberado del agobiante sentimiento,
con nadie habló, pero, en el pueblo,
todos afirman haberle escuchado.
Para unos su mirada era triste,
murió consumido en la pena por la infructuosa búsqueda,
otros aseguran no haber visto jamás un rostro tan alegre
ni oído una voz más tierna
ni escuchado palabras tan hermosas
como las de aquel joven anciano.
HERÁCLITO
Cuando los herederos del progreso,
sentados en crujientes sillones de piel sintética,
esperan su turno hojeando alegres revistas del corazón
y, en la columna cultural, leen citas de viejos filósofos
que llaman a la inspiración poética locura divina,
o breves resúmenes de viejos mitos,
dulces pensamientos tejidos por finas alas
plagados de dibujos amplios de formas redondeadas,
sonríen compasivos buscando en sus memorias,
con los dedos de la mente, la historia del hombre,
deteniendo el aliento en las últimas ilustraciones:
computadoras, satélites, naves espaciales,
visión plana de un camino profundo
que ellos desde la cabina creen sin límites.
Contemplando esas inexpresivas máquinas
se sienten seguros de sí mismos,
felices de haber alcanzado la meta,
necesitan la orejeras de las imágenes
para no sentir el olivo que ciñe sus victoriosas sienes,
un sentimiento de orgullosa grandeza
parece barrer como una súbita pleamar
un alto espigón inaccesible.
En sus casas, delante del espejo,
con el cabello cortado y aseado
contemplan su figura epílogo de un largo camino.
El mismo vértice cobija al pedernal y los misiles nucleares,
puntos extremos del mismo ángulo,
eufóricos, discípulos de antiguas cosmogonías,
ansían visualizar en la pantalla el vertiginoso ascenso
diseñando el conocimiento con gruesas columnas de números
que semejan al no iniciado un embudo de fino vértice y ancha boca.
Sin titubear sitúan a Voltaire, Eurípides o Gorgias
en el umbral más estrecho
y en la esplendorosa boca del futuro unas alas
que parecen rememorar el orgullo de Dédalo.
Si pulsaran el botón de rew
podrían contemplar con sorpresa
un enjambre de embudos
como esos videojuegos de batallas espaciales
y al autor de las Bacantes saliendo de la boca más ancha,
las verdades como los corros de niños
necesitan muchas manos para formarse.
Cuentan que Heráclito, el viejo oscuro filósofo,
a aquellos conciudadanos que, al hacer su plegaria,
se vanagloriaban del poder humano
ensalzando su capacidad para llegar a la verdad,
dibujaba con un afilado junco dos líneas perpendiculares
y ante la sorpresa de comerciantes y vagabundos sentenciaba:
“Los acontecimientos siguen esta línea horizontal,
la razón es como un corcho
que lanzado con fuerza contra la corriente
una vez hundido sube con rapidez a la superficie,
el cruce de ambos ejes vertical y horizontal,
–decía arqueando las cejas mientras señalaba el punto–
es nuestra vida diaria, la tuya que llevas esas cabras al mercado,
o la tuya que merodeas buscando el modo de robarle las ganancias al otro,
pero para los dioses las realidad son todos esos momentos”.
No muy convencidos pero perplejos daban media vuelta
y todos volvían al quehacer abandonado.