Carta Romana VI

    

     El estoico, pero crítico Aristón afirma que basta con conocer los principios para que cada uno decida por sí mismo lo que en cada caso debe hacer. Entonces, dice, no tendrá necesidad de un preceptor”, o sea que, si admitimos que el único bien es la virtud, el único mal el vicio y todas las demás cosas riquezas, honores, buena salud, fuerza, poder son indiferentes”, deduciríamos lo que hay que hacer en cada momento, al estilo de los geómetras”, como dice Montaigne. Y seríamos felices porque son las falsas opiniones sobre las cosas intermedias entre la virtud y el vicio por lo que la mayoría es desdichada.

     Parece razonable y práctico, pues al no juzgar ni decidir desaparecería la incertidumbre de nuestras vidas, aunque paradójico que, después de elegir libremente, encadenemos la lengua y la mente. Porque, a pesar de que Epicuro y Séneca aconsejen hacernos esclavo de la filosofía, y que Montaigne asienta a regañadientes –no puedo ser esclavo sino de la razón y aun esto me cuesta trabajo-, la vida no necesita verdades, se basta a sí misma. Pero, si sientes que la carga es demasiado pesada, sustituye la verdad por la belleza porque el amanecer, el mar, las estrellas, la música, un libro, una persona están a al alcance de la mano -exactamente a dos dedos de la virtud si el cálculo de Montaigne es correcto- la verdad no sabemos si existe ni donde se encuentra.

     Decidir, deducir….¡qué más da si eliges los principios libremente! ¿Acaso la comodidad es un vicio? No, pero sería sorprendente que la libertad acabara devorándonos: la libertad devorando a sus hijos, ¡buen tema para un Disparate o una Metamorfosis!, porque es la libertad transmutada en verdad la que devora a los hombres. Claro que, no contando con mitos tan hermosos, tendría que escribir un artículo científico, hacer una fotografía o filmar un corto. ¿Qué te parece un adalid de la verdad, megáfono en mano, sintiendo cómo la lengua y la mente se solidifican hasta petrificarse? ¿Ellos? No lo sé. Es difícil saberlo siendo el hombre, en su todo y en sus partes, mixtura y abigarramiento. Pero, si no creamos de la nada, Ovidio, probablemente, habría utilizado alguna leyenda sobre Polifemo, las Sirenas, Escila, Quimera y Medusa; Goya, grupos de ciegos golpeando el aire, un esqueleto sujetando una balanza con el fiel señalando la verdad y los platillos repletos de cadáveres, y al mismo Cronos, aunque, de haber nacido en el siglo veinte, habría dibujado la verdad puño en alto liberando al ser humano; yo, un burro aclamado por la muchedumbre con una afilada guillotina a cuestas y los serones repletos de cabezas cortadas, al fondo, un arco y, abajo, un lema: “El Triunfo”, porque, digan lo que digan ilustrados y progresistas, creamos monstruos esté la razón dormida o despierta.

     Conviene, por tanto, ser cauto y no dejarse seducir por la belleza matemática, porque la perfección es una propiedad de la fantasía, no de las personas ni las conductas. Además ¿quién puede asegurar que la filosofía, la religión y la ciencia no son hijas del carácter, que no fue la manera de ser la que impulsó a Zenón a admitir que, aunque la virtud es el único bien y el vicio el único mal,  la vida, la salud y el placer son preferibles a la muerte, la enfermedad y el dolor y, a Aristón, a negarlo? Así que antes de someter tu alma a una escuela, secta e ideología pregúntate qué tanto por ciento pertenece a la teoría, y cuánto al carácter, para amoldar sus principios y deducciones al tuyo, como hicieron Aristón y Séneca.

     Yo, por ejemplo, admitiría que distinguir el bien del mal es la llave de la felicidad, incluso que el único bien es la virtud, y el único mal el vicio. Pero no que la enfermedad, la miseria y el sufrimiento son indiferentes, porque concedo más autoridad a los hechos y la experiencia que a las palabras. Así que, si he de escuchar a alguien, antes me oiré a mí mismo que a Zenón, Aristón y Séneca, aunque me guste conocer sus vidas, sus opiniones y las de sus coetáneos, no para apoyarme en voces más prestigiosas, y ratificar las mías, sino porque el placer que me producen griegos y romanos no lo siento con sus Ensayos. Y, aunque admiro su libertad, su independencia y su capacidad crítica, sus escritos sólo me conmueven cuando parafrasea los Esbozos, las Epístolas y la Moralia.

     Séneca, estoico e independiente como Aristón, discrepa. Opina que los consejos tienen valor recordatorios”, aunque de poco sirven si no se interiorizan: Asimilémosle, si no irán al acervo de la memoria, no de la inteligencia”; Cleantes, sin embargo, que son necesarios tanto los principios como los preceptos; yo, como creo que, en cualquier disputa, sea científica, religiosa, filosófica y política, defendemos de un modo u otro nuestro particular interés, cuando alude a la belleza de las máximas asiento, y, cuando mete en el mismo saco las consolaciones, los siete sabios y al dios Apolo, salto a la palestra. Y de haber respondido Séneca que aconseja a Lucilio, y a los hombres del futuro. Redactando ideas que les pueden ser útiles, dirigiéndoles por escrito consejos saludables porque le gusta, habría aplaudido, porque, a mí, también me resultan placenteras sean las epístolas suyas, de Cicerón, de Virgilio, Horacio y Lucrecio. Y si, como asegura, todo cuanto está arraigado y es congénito, la disciplina lo modera, no lo elimina porque, de lo contrario, tendría a la naturaleza bajo su imperio”, era cuestión de tiempo que él escribiera sus epístolas y Montagine desnudara su alma. Me gusta pensar que, sin sus epístolas, no existirían sus Ensayos ni mis cartas. Y, a los que piensan que es poco inteligente esperar que el tiempo haga lo que podríamos haber hecho antes nosotros mismos, respondería que así sería si, en la vida, reinara el logos no el azar, aunque a veces, por casualidad, coincidan.

     Montaigne, bruñidor de ideas ajenas, matiza: Las inclinaciones naturales se ayudan y se fortalecen con la instrucción, pero no se cambian ni superan sino que se ocultan o encubren. Y para darle un toque personal, –adaptarlo a nuevo servicio”, según sus palabras-, añade: Quienes en nuestros tiempos han querido reformar las costumbres con nuevas opiniones, sólo reforman los vicios externos, dejando enteros, si no aumentados, los esenciales. Si no viviera en un siglo dominado por el cientifismo creería, como Platón y Pitágoras, que su alma se ha reencarnado en la mía. Pues, las opiniones que no toma de griegos y romanos, tengo la sensación de haberlas leído en mis cartas. Y, si algún descreído considera la resurrección y la transmigración absurdas, puede sustituirla por otra más racional y científica como viajar a través del espacio-tiempo, por agujeros de gusanos, universos paralelos o la espuma cuántica si desea algo más poético. Aunque, pensándolo bien, quizá las haya leído en Tucídides, a pesar de confesar que apenas sabía griego.

     En cuanto a los consejos, ni los da ni los recibe, porque bastante tiene con conocerse a sí mismo. Aunque tan excluyente esfuerzo no le impidió encomiar a Epaminondas, Alejandro y Julio César, apropiarse de todas las máximas que pudo, confesar el esfuerzo que le cuesta deshacerse de Plutarco y seguir los avatares de Roma como si fuera a escribir la Historia de Livio o los Anales de Tácito. Seguramente, en su biblioteca, rodeado de sus viejos amigos, se olvidara de sí mismo.Este lugar es sólo mío y procuro substraerlo a la comunidad conyugal, filial y civil. ¡Pobre, a juicio mío, del que no tiene en su casa donde estar solo, donde complacerse y donde ocultarse!”.

     No sé cómo juzgará mi caso, pero si el islote, yo mismo, la distancia y los temporales le parecen demasiados, le recordaré que, para griegos y romanos, la sabiduría no está reñida con la riqueza, el sexo, la esclavitud y la servidumbre. El sabio puede poseer vajillas de plata y oro, propiedades, sirvientes y amantes sin ser por ello incoherente, falso e hipócrita, porque la filosofía, puntualiza Séneca, exige frugalidad no castigo, y la frugalidad, concluye, es pobreza voluntaria. ¡Pobreza voluntaria! El lenguaje da mucho juego, ¿no te parece?, y, aún daría más, si sustituyeras «sabio» por «comunista», «revolucionario» o «solidario», y «filosofía» por «revolución», «igualdad» «justicia».

     ¿Sorprenderle? No creo, sabiendo, por propia experiencia, que la mayoría de los motivos de perturbación en el mundo son gramaticales, y, por su admirado Plutarco, que debajo de toda virtud se oculta un vicio.Siempre que un autor habla de la virtud y sus obras, yo paso a examinar minuciosamente su vida, advierte orgulloso de poder desenmascarar al ser humano agazapado tras las palabras, y tan orgulloso está de su descubrimiento que lamenta que no tengamos una docena de Laercio o que no se halle más extendido porque, en verdad, tengo gran curiosidad de conocer la vida de los grandes instructores del mundo, como conocer la diversidad de sus dogmas e imaginaciones.

     Ahora comprendo por qué Sócrates se quejaba de hablar el último: “¿Te parece que mi temor era injustificado cuando decía que Agatón hablaría admirablemente y que yo me iba a encontrar en una situación difícil?”. Claro que, en mi caso, es por incapacidad, no por exceso de ingenio, pues, después de exponer el discurso sobre Eros que oyó de labios  de una mujer de Mantinea, Diótima, los demás comensales lo elogiaron, incluso Alcibíades que estaba totalmente borracho. Quizá debería seguir el consejo de Séneca: ¿quieres saber si te pertenece? Observa tu conducta, o lee mis cartas, en ellas encontrarás mis deseos, mis gustos y mis pensamientos, aunque pertenezcan a otros, porque, más que crear, somos transmisores, aunque, por ignorancia, parezcan novedosos e innovadores. Pero si prefieres el original al sucedáneo, busca en las Vidas de Diógenes, en Hesiodo y Homero, o más allá, en Nestor, Aquiles y Ulises, o aún más lejos, en los mitos y leyendas de dioses y héroes.

     Y, como no pretendo imitar a Montaigne ni a Séneca, y, menos aún, justificar mis opiniones, en realidad sólo pretendo pasar un buen rato, dejaré las abstracciones y me centraré en lo particular y concreto. Procurando que ningún supuesto, prejuicio o condicionamiento ideológico -lucha de clases, burguesía, nación, pueblo, obreros, parias, pobres- me impida observar a los seres humanos con nombre y apellidos, examinando sus actos comunes y sorprendiéndoles en su intimidad cotidiana”, o sea sin definiciones ni esquemas previos que anulen la inteligencia, y den alas a la memoria como propugnan los dogmáticos: Quien ha captado y aprendido debidamente tal definición él mismo se prescribe la conducta a seguir en cada situación. Seamos sinceros, si defines, no prescribes, deduces, ¿o cree Aristón que se puede ser libre poniéndose orejeras? Para aventurarse en lo desconocido, no necesitamos postulados y axiomas, sino libertad e inteligencia.

     Lamenta Séneca que los errores individuales se conviertan en generales, y éstos a su vez provoquen los individuales. Pero, ¿se puede llamar error a lo que has elegido libremente? Y no llamo libertad a elegir, sino a elegir de acuerdo con tu manera de ser, con tu carácter, ¿o cree que el que actúa de acuerdo consigo mismo habría elegido de forma diferente?

       Cuídate